El sistema energético global que se sustenta en los combustibles fósiles está llegando a su límite.
La producción de petróleo alcanzó su máximo en 2018; mientras que el gas y el carbón están cada vez más cerca. Esto ha provocado un incremento en los costos de extracción con repercusiones en todo el sistema económico, además de que la liberación de grandes cantidades de carbono almacenados en la corteza de la Tierra está modificando rápidamente la composición de la atmósfera.
La extracción de recursos energéticos y materiales se ha incrementado con el argumento de que esto ha permitido un crecimiento económico que disminuirá la pobreza, sin embargo, no es así. Hemos construido una civilización con una huella ecológica creciente, que ha sobrepasado la mayoría de los límites planetarios sin mejorar los indicadores de progreso social. Descarbonizar la matriz energética, aunque necesario, no soluciona el predicamento ecológico, energético y social en que nos encontramos. La transición hacia una sociedad sin combustibles fósiles es inevitable, pero implica otros cambios: pasa por negociar una disminución consensuada del consumo de energía y de materiales, además de una distribución de recursos más justa. Necesitamos una economía y una organización social más simple, local, democrática y en armonía con la naturaleza. México, con una matriz energética dominada en un 87% por combustibles fósiles y una profunda desigualdad energética, no es ajeno a esta situación.