Somos, respiramos, comemos, nos hidratamos y vivimos gracias a la biodiversidad, esto es, a la existencia de una gran variedad de formas de vida, cuyas funciones son esenciales e insustituibles para el sustento de las sociedades humanas, así como para nuestra existencia como seres vivos. Conservar la diversidad biológica es, literalmente, vital.
Las interacciones entre la inmensa variedad de organismos vivientes con su ambiente físico mantienen los procesos ecológicos fundamentales, de los cuales depende la existencia de la vida y la generación de servicios ambientales como: la producción de oxígeno, la regulación del clima y el ciclo del agua, la dinámica y resiliencia de los ecosistemas marinos y terrestres, la provisión de alimentos y materiales, la regeneración de ambientes degradados y la mitigación de los efectos de eventos climáticos y geológicos extremos.
Conservar la biodiversidad no es un asunto secundario, sino que está estrechamente relacionado con la seguridad alimentaria, la sostenibilidad de la producción agropecuaria, forestal, pesquera y acuícola; el abastecimiento de agua para centros de población, la agricultura y la industria; la salud pública, la mitigación de riesgos de desastres y; la superación de las condiciones de pobreza, desigualdad y marginación.